Estadio
Había ido a ver NOB con mi amigo Coco, con quien coincidimos a veces en mis
viajes a Rosario. Ambos vivimos en Madrid desde hace 40 años. Compartimos
pasión por el fútbol; Hemos jugado más juntos, que juntos vimos encuentros. Él,
desde la soledad del arco/portería y yo, sabiendo que era el último escollo
antes de dejarlo mano a mano con el fusilamiento. Los estadios en Argentina
tienen un color, un aroma y un sonido especial, tienen la poesía del tablón,
como decía un viejo periodista deportivo: luz, color, emoción, sonido, niños,
mujeres….menos hinchada rival, las canchas tienen casi todo.
Imposible para nosotros no quedar maravillados, y eso que mi amigo conoce
los campos de medio planeta por ser el encargado del sonido de una importante
cadena de televisión que ha transmitido mundiales y Eurocopas… Yo soy
de impresionarme más fácilmente, pero ya habíamos visto todo cuando el árbitro
colocó el balón en el centro para iniciar el encuentro, y entonces me dijo: “Vamos,
yo ya he visto a mi Curro “, emulando una historia que más de una vez me
escuchó.
Las Ventas, San Isidro
En mayo es la fiesta de la ciudad de Madrid, San Isidro Labrador , y
con ella se realiza la mayor fiesta de tauromaquia del año, la temporada de Las
Ventas que termina con la famosa corrida de beneficencia.
Aunque la tauromaquia es denostada por los defensores de los derechos animal,
tiene un público fiel y tradicional hace siglos. Amantes y detractores. Esos
toros que terminan en alguna mesa, ya sea en una casa o en un restaurante… Son
motivo de una discusión interminable, pero debo reconocer que un buen rabo de
toro con vino y patatas es un plato imperdible.
En mayo es mi cumpleaños y la soledad de la emigración a veces es difícil. Durante
varios años , me tomé el día libre y me fui solo a una corrida de toros. Mi
padre me decía “No me quiero morir sin ver una corrida de toros”… Pude
invitarlo , y pesar de que estábamos muy alto y vertical para su vértigo,
disfrutó como un niño. Lo que más me atrapó de la tauromaquia fueron las
columnas que Joaquín Vidal escribía, ese lenguaje único que en España
salta, a veces, al fútbol... Las columnas de Vidal en el periódico El País eran
de una calidad literaria digna del mejor prosista, aseguro que siempre me
interesó más esa crónica taurina que una corrida y compraba el periódico solo para leerlo.
La historia de “La tumba Cristo” me quedó
grabada. Así le decían en el tendido de sol y sombra a una mujer que asistía
escotada con unos voluminosos pechos y el crucifijo pequeño que lucía al cuello
permanecía casi horizontal sobre sus pechos .... para el tendido era “La tumba Cristo”.
Curro Romero
De los toreros con más admiradores, sin duda el Curro era el más pintoresco.
Toreaba cuando quería; si miraba al toro y no le gustaba, no se acercaba ni a
palos. Los papelones eran enormes y el volar de almohadillas, un clásico (almohadillas
que se alquilan para paliar la dureza de los asientos de material). Pero si el
Curro está a gusto con su toro, el arte de la tauromaquia brota como agua de
manantial, el público entra en éxtasis y los trofeos son inevitables. Los
trofeos son orejas, 1 o 2 según criterio, y el rabo ya es el éxtasis.
Una cosa difícil de interpretar para un extranjero, cambiar un caño por una
media verónica, un sombrero por un pase de pecho, un saludo de los medios por
el grito de un gol. Nunca pude entenderlo, pero asistía año tras año, llevado
por la literatura de Vidal más que por toros y toreros.
Yo ya he visto a mi Curro
Fue un día como otros, tal vez la última vez que fui, hace más de dos décadas.
Un andaluz medio agitanado se sentó al lado mío, era sevillano. Suelo ir a
todos lados con mucho tiempo, así que es probable que yo estuviera 40 minutos
antes de la hora sentado junto al admirador más admirador de Curro Romero. No
paró de hablar, de contarme proezas, días, horas, nombre de los toros, trofeos…
Me hizo un recorrido por cada una de las actuaciones históricas del Curro: “Yo
le vi cortar dos orejas el día x al toro fulano”, y yo con curiosa
paciencia conocía una parte del espectáculo que jamás hubiera imaginado. Me
dijo “Anoche cené con él. Esta mañana pasé por el hotel, pero no quise
molestarlo”.
El espectáculo comienza con el llamado paseíllo: los tres toreros por orden
de debut dan una vuelta al ruedo a ritmo pausado saludando, acompañados por sus
cuadrillas de picadores, muletas y barendilleros, como si fueran unas legiones
romanas a ritmo de bailarines en cámara lenta. La vuelta termina y pasa unos
instantes entre ese momento maravilloso y salida del primer toro.
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