Un viejo amigo
Mi compañero de
estudio se definía como católico y periodista; trabajó en los medios desde sus
tempranos 14 años siendo reportero para el programa radial "La Cafetera”.
Dos grandes vocaciones: la fe y el periodismo… y un gran amor por Newell’s Old
Boys .
Pasó por radio,
prensa, televisión local y posteriormente nacional, pero era más conocido en la
ciudad porque tenía una bella hermana que hacía la publicidad de uno de los dos
canales locales. Jovencita y muy linda, siempre que llegaba a estudiar con su
hermano, me obligaba a que la lleve a dar una vuelta en moto antes de entrar en
la casa, así que postergábamos el estudio unos 10 minutos hasta que paseaba a la
niña.
Cuando le tocó
cubrir la información deportiva de su club, terminó huyendo de la ciudad
después de que la barra brava le diera una paliza. Gánsteres en la dirigencia
de los clubes, con negocios vinculados con el juego y una novia jueza que lo
protegía… Así llegó a Buenos Aires: huyendo.
Emigré joven y lo
perdí de vista un tiempo, pero un día llegó a Madrid con su vocación por la fe,
su amor por Newell’s y su pasión por la comunicación y se quedó unos días en
casa. Llenó la habitación de mi hija de banderines de Newell’s y dejó
intencionadamente olvidadas camisetas y bufandas del equipo. Mi hija mujer, cuyo
segundo nombre es Rosario, se hizo simpatizante de Newell’s desde ese día, para
mayor disgusto de su madre (que pensaba que lo más lógico es que sea de Rosario
Central).
Él tenía muy
claro a qué venía y realizó su gira con seis paradas -tres religiosas-. Visitó
a Gamboa en Oviedo, a Pochettino en Barcelona y a Zamora en Madrid, todos ex
jugadores del club de sus amores. Y tres destinos que su fe le predeterminó:
Fátima, Lourdes y el Vaticano, cuando el papa en ejercicio nos representaba a
los católicos.
Recuerdo con simpatía cuando fue a Cuba a entrevistar a Fidel Castro y llevó una maleta llena de camisetas para regalar. Mi amigo sostenía que "el Che había logrado que muchos cubanos sean de Rosario Central y había que equilibrar tanto daño". Una de las camisetas se la regaló a Fidel…
Su destino final
era inevitablemente el sacerdocio y su recorrido hacia su destino, previo paso
por el periodismo, un misterio superior al de Fátima. Por cierto, cuando llegó
a mi casa, me dio una estampita de Santa Rosa de Lima, Patrona de América
Latina, la cual sigo atesorando hoy en día con mucho cariño.
Tiempos (muy) difíciles
Aquellos eran tiempos
difíciles para mí profesionalmente: aún no tenía claro mi futuro, estaba
saliendo de mi experiencia textil con intención de reconvertirme y había
entendido que Asía y especialmente China, harían inviable mi continuidad en el sector.
Vendía materiales para oficina cuando conocí al responsable de archivos de la
TV española, Fernando, una gran persona con la que entablé una buena amistad. Ayudó
mucho mi habilidad para jugar a las cartas y él tuvo en mi un compañero ideal
para el Mus. Yo, que nací viejo, había aprendido a jugar a las cartas en mi
club de Barrio: "Social y Deportivo La Primavera". Que los mayores llamaran
a un joven para sentarse a jugar al Tute o al Truco con los que podían ser el
consejo de ancianos, era un logro que solo podía obtener yo de la veintena
de pibes que había en el barrio. Poco sabía que ese entrenamiento me serviría
para emprender.
Resulta que
estábamos negociando la venta de unas tecnologías de última generación para los
archivos de la tv pública, cuando lo despidieron con una indemnización millonaria
y luego con la eficacia de todas las cosas públicas, lo contrataron con altos
sueldos desde la misma institución. Fue entonces que Fernando me pregunto si
podíamos hacer algún negocio, pronto no tendría trabajo, pero tenía unos buenos
ahorros.
Yo, que siempre dejaba
proyectos en standby, que tenía un fax (era lo último en novedad) que me sonaba
a cualquier hora en la madrugada con documentación que me venía de Australia,
Argentina y Brasil relacionada con el campo y los alimentos, me acordé de mi bróker
amigo en San Paulo que me insistía con hacer negocios de pimienta. Y así
fundamos la compañía Transword Seed España, emparentándola de alguna
manera con la compañía del mismo nombre que mi amigo Norberto tenía en Argentina.
Estábamos mirando unos cuantos temas agrícolas, Mung Bean (soja verde),
tréboles de Australia y cosas contra estacionales.
Unir los puntos
Así fue cómo mi
viaje a Rosario, Sao Paulo, el fax y mi llegada a la TV española, empezaban a
unir sus puntos (como diría Steve Jobs), aunque mi amigo periodista aún no
estaba en la ecuación.
Llegaron las
muestras de pimienta a Madrid y con mucha ilusión, previa búsqueda en páginas
amarillas (eran tiempos anteriores a la llegada de internet), me dirigí a
entrevistarme con unos apasionados de las especias, los muchachos del pimentón La
Dalia de Madrid. A Nano y Pedro les parecieron las muestras de muy buena
calidad y me dijeron “queremos 10.000 kilos de pimienta negra y 5.000 de
blanca”, lo que sería la masa crítica correcta para poder realizar una
importación, es decir un container de pimienta.
¡Mi Dios! ¡15.000
kilos de pimienta! Si solo se le pone un poquito a la comida… ¿Qué van a hacer
con tantos kilos?
El contenedor costaba unas 8 millones de pesetas, una cifra que alcanzaba para comprar una buena casa en un barrio de Madrid. Era mucho dinero. Mi capital era cero, estaba subsistiendo a duras penas, había dejado el textil y aún no había atinado con la generación de recursos. Fernando financió la totalidad de la operación, lo cual era para mí una piedra tipo Stonehenge sobre mi espalda, una responsabilidad enorme.
“El Mercado de
las especias, pensé. “Es un mercado muy maduro, ya Colón había viajado para
traer especias… ¿Estaré haciendo lo correcto?” Pero ya habíamos comprado,
pagado y cargado el contenedor en Santos, sólo había que esperar 25 días. El
precio era una cotización internacional para las commodities, como el cereal,
el oro o el petróleo. Sabía que pagaba lo correcto así que… ¿Qué podía salir
mal?
Pero desde que
embarcamos el precio había comenzado a bajar: un día el 1%, al otro, el 0,5%...
Rebotaba un poquito, volvía a caer, pero no tenía buena pinta y ya venía
calculando que para el día de llegada el producto valdría de coste un 10% menos
en un mercado tan maduro. “Eso era el beneficio”, pensaba yo.
Pero como dice Murphy,
toda situación es susceptible de empeorar y el contenedor no llegó a Valencia
como estaba previsto. Todos los días llamaba a la Naviera sin excepción y sin
repuesta y cada día la pimienta perdía un poco de valor. Mi socio capitalista
perdía la paciencia y el dinero, yo estaba sin dinero… Casi dediqué mis horas
para rastrear un contenedor sin éxito, la desesperación me apretaba más que la
pobreza y habían transcurrido más de 15 días de la fecha de llegada. No había
noticias. Mi socio llamaba y yo ya no quería atender porque no tenía nada que
decir ni tecnología a la que recurrir para seguir los barcos. No se había
inventado nada aún, sólo teníamos teléfono fijo y fax.
Eureka
Una mañana,
transcurridos los 20 días de la supuesta fecha de llegada, me sobresalta el
sonido del teléfono con una llamada de la Naviera… ¡EUREKA!
- Hemos
localizado el contenedor
- Perfecto. Mañana
coordino para que un camión lo recoja en Valencia
- No va a poder
ser. Está en el puerto de Le Havre, en Francia.
- ¿Qué hace allí?
-No lo sabemos,
pero está aquí. Podemos mandárselo por tren y en dos días estaría en Madrid.
La pimienta
seguía cotizando 10/11% menos de lo que la habíamos pagado, pero era una magnífica
noticia saber que había aparecido. Colgué y llamé a Fernando: “Apareció, en
dos días está aquí y podremos entregarlo”. Luego llamé a Nano:
- En 48 horas
tengo la pimienta aquí
- Ya no la
necesito
-¡¡¿¿Cómo?!!
-Me dijiste 25 días
y pasaron casi dos meses así que he comprado.
-La traje para ti
-Me voy a quedar
con 500 kilos de la negra y 300 de la blanca
Es un milagro que
hoy, casi 30 años después, siga tomando café y cervezas con ellos. Rápidamente
hice cuentas en mi cabeza: “Tengo 9.500 kilos de pimienta negra y 4.700 de
blanca, esto no se usa como la harina porque es una pizca lo que se pone… ¿A
quién le voy a vender esto? ¿Cómo le digo Fernando que el cliente ya no lo
quiere? ¿Quién compraría tanta pimienta? Envasadores de especias
y… ¿Quién más?”. Descubrí que había una industria que hacía preparados para
embutidos en un pueblo en Murcia que aglutinaba la mayor cantidad de especieros
por hectáreas del planeta. No existía Google, pero había páginas amarillas y
así fue cómo localicé envasadores, importadores y fábricas de preparados para
embutidos: Molina de Segura, La Alberca, Murcia, pero, sobre todo, Cabezo de
Torres porque tenía todo en 50km a la redonda.
Conducir para mí
era un placer, pero apenas tenía dinero para la gasolina y para comer. Me
sobraba dignidad para no pedir más dinero a mi socio después de su nerviosa
espera. Sólo había un pequeño problema y es que estaba sin pastillas de freno, hacía
unos días que si frenaba hacía un ruido que rayaba los discos, no tenía
prácticamente nada de frenos y ninguna posibilidad de cambiar las pastillas. Así
entonces me peregriné sin duda al viaje más peligroso que jamás hice: por un
lado, un coche sin frenos. Y, por el otro, cual espada de Damocles, tenía
14.300 kilos de pimienta y un socio nervioso que había invertido el equivalente
a una buena vivienda. Y, por sobre todo, mi amor propio, mi compromiso con el
logro…Para mí, que había jugado al Tute con los viejos tratando de no perder y
tratando de hacer ese equilibrio cuántico para no enchufar las 20 en copas a
nadie, esto era una tontería solo empañada por la inexistencia de los frenos y
por el poco uso que los humanos le daban a la pimienta. Si al menos pudiese
reparar las pastillas de freno usando unos gramos de pimienta contra el disco…
Un plan y un viaje
¿Qué había que hacer para tener éxito? Ya tenía localizados los clientes potenciales y pensaba que sería mucho más eficaz si los llamaba desde Madrid. Entonces concierto la entrevista y los visito con cita previa. ¿A quién no le gusta sentirse lo suficientemente importante para saber que alguien está dispuesto a hacer 500 km con el fin de conocerlo? Esto me parecía que iba a servir para allanar el camino.
¿Qué más
necesitaría? ¿Muestras? Subí al coche unos kilos de pimienta en bolsitas de
unos 100 gramos y olía estupendamente. Pensaba que también podría necesitar una
presentación. Acostumbrado a lo textil y a llevar un abanico de 20 colores de
camisas, dos bolsitas de pimienta era curiosamente una cosa muy sosa. De hecho,
pensaba que eran más sabrosos los colores de mis camisas náuticas de algodón
tintado en prenda.
Así que busqué
una carpeta plástica con fundas plásticas de interior. Tenía unas diez fundas
plásticas en el interior y me apronté a darle a la presentación algo de glamour.
Busqué una foto de un atractivo lomo a la pimienta, tan atractivo que hasta
daba un poquito de apetito. La pimienta adornaba cuidadosamente el plato y la
acomodé con cuidado en la primera funda.
En la segunda, fui
por la descripción del producto y el precio. Un renglón para la pimienta
blanca, un segundo renglón para la negra. bajo un título que hablaba por sí
solo: “Pimienta”. Ya tenía las dos primeras fundas y como iba a vender
sin entregar, hice unos contratos para firmar. Los redacté con simpleza, dejé
unos campos para rellenar y los puse en la tercera funda. Y ya no se me ocurrió
más nada. Aún me quedaban 7 fundas. Hoy la hubiera completado con una
descripción científica de la planta (con los datos quizás de Wikipedia), y
alguna historia sobre su origen o al menos hubiera ocupado dos fundas más pero
no se me ocurrió nada más en ese entonces.
En la
desesperación y sabiendo lo que arriesgaba tomé la estampita de Santa Rosa de
Lima, aquella que mi amigo- hoy sacerdote- me había regalado. El mismo que le
dio la camiseta a Fidel y llenó la habitación de mi hija de banderines de Newell’s.
La coloqué en la última funda, de espalda a la presentación y de cara a la
contratapa, del tal manera que, si dabas vuelta la tercera funda, apenas se
traslucía un contorno blanco rectangular entre las capas transparentes, pero si
la abrías la carpeta al revés, sólo veías la imagen de la virgen.
Con la carpeta
alistada y sin frenos, con un bolso con ropa para tres días máximo y sin frenos,
con dinero para unas tres comidas y una noche de hotel y sin frenos , con el
tanque lleno y sin frenos, el coche limpio y sin frenos, me encomendé a Santa
Rosa de Lima en el viaje que jamás permitiría que haga un hijo o un amigo. Sin
pasar de 100 km/h y cuadriplicando la distancia aconsejada con el coche de
adelante, así iba a mitad de camino cuando la policía en el arcén me hace seña
para que frene, con la caja de cambios de mi querido 309 y el freno de mano. Me
detuve muchos más metros adelante de lo esperado porque si frenaba con ruido a
hierro estaba perdido y terminaría mi aventura y mis discos de frenos. Retrocedí
lentamente por el arcén ante la estupefacción de la policía: ¿Usted qué
hace?, exclamó autoritariamente. Le respondí: “No querrá que frene
bruscamente en la autopista, ¿no?”
Me pidió los documentos y me dejó ir.
Coincidencias con significado
Cuando llegué a Cabezo de Torres, a mi primera
entrevista con Juan Sánchez Muñoz, detuve el coche con habilidad frenando
contra el cordón, asistido por el freno de mano. Era tanta la concentración en
la conducción que no tenía tiempo en pensar todo lo que me estaba jugando, pero
cuando bajé del coche para tener mi primera entrevista concertada, estaba tan
nervioso, tan desconocedor del sector y del producto, que con los nervios le di
la carpeta al revés de la presentación. Juan la abrió y sólo vio la virgen. Se
quedó contemplando la imagen. Yo no me había percatado en principio ya que estaba
en ese momento concentrado en la interlocución:
-Discúlpeme, Juan, le di la carpeta
al revés
Apartó los ojos
parsimoniosamente de la imagen mientras me miraba como si estuviera
estudiándome y luego dio vuelta la carpeta. Darle las muestras físicas casi era
un trámite porque ya había decidido qué quería, mucho antes de verlas: me pidió
3.000 kilos de pimienta Negra y 1.000 kilos de pimienta blanca. Mientras yo
sacaba el contrato del pedido, Juan abrió un cajón donde pensé que iba a
guardar las muestras, pero sacó una calculadora, vio cuánto era la cuenta y me
hizo un cheque por el importe de la compra:
-
Aún no se la he entregado
-
No pasa nada. Cuando
vuelvas a Madrid me la envías.
Salí confundido y
me dirigí a una envasadora más grande. Allí la experiencia fue algo distinta, el
hombre me esperaba con más decisión pues se ve que tenía más premura para
comprar y estaba más interesado en ver qué tenía. Él sí primero vio las
muestras, luego la carpeta y el precio. Entonces abrió el cajón y pensé con incredulidad
“otro que me paga antes que le entregue”. En ese momento me sentí como El
capitán América… Pero no, sacó un papel escrito con lápiz donde había unos
números bien visibles:
- La pimienta está bien,
pero ayer pasó otra gente y me ofreció estos precios
Eran ligeramente
más bajos que los que yo llevaba en la carpeta, pero aún podía vender con
ganancia y tenía muchos kilos de pimienta así que salí de allí con el contrato
firmado y el compromiso de cobro en cuanto ellos tuvieran el producto. Me
sentía como el jugador de baloncesto Drazen Petrovic: Dos de dos tiros (siempre tuve la costumbre de ir
animándome solo).
En la tercera
entrevista me volvieron a abrir un cajón con los sospechosos precios del
visitante imaginario, aunque eran otros, rápido aprendí que ambos compradores
tenían el mismo maestro de negociación y me dije para mí “treta aprendida, no
existe el otro comercial” y defendí el precio a base de la calidad. Se dio
la tercera venta y, en general, el viaje tuvo un acierto de unas 2 ventas por
cada 3 entrevistas y, como sólo me quedé una noche porque no tenía para más, me
volví prácticamente con más de la mitad del contenedor vendido con beneficios.
Después de 48
horas sin hablar con mi socio porque no existían aun los teléfonos celulares,
lo llamé y le di las dos noticias juntas: La mala, que La Dalia no quería el
contenedor y la buena, que me había ido a Murcia y había logrado vender ya el
70%.
Y con esta
sencilla y traumática experiencia, comencé mi camino como importador.
Sincronicidad , Juan era el primer timbre que tocar.
Cinco años más tarde, vino a visitarme Juan Sanchez Muñoz, aquel que me había comprado la pimienta sin mirar y pagado por adelantado , a mi nave industrial (ya teníamos una alquilada por el barrio madrileño de Vallecas). Comimos en un restaurante muy tradicional llamado El Faro, y allí me dijo:
- Ha pasado mucho tiempo desde que te conocí y nunca te lo he dicho antes, pero la primera vez que viniste a Cabezo de Torres, me diste la carpeta y vi la estampita de la virgen. Ahí supe que te tenía que comprar, pagarte por adelantado , y que podía confiar en ti.
Juan vendió su
negocio llamado La Invencible porque donde estaba instalado se hizo un
centro comercial. Él luego se jubiló y retiró. Intenté buscarlo por las redes
sin éxito. Juan fue en mi camino uno de esos seres que el destino te pone
para que la vida sea más fácil y una señal para entender que nunca hay que bajar los brazos.
Duro camino pero bueno querido Oscar. Felicitaciones y ponerle pimienta y sal a la vida, por supuesto con los colores de Newell's
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